Extracto de la segunda Lunes 3 de Junio. Por: Miguel Ortiz.
Es el método para adelgazar que la lleva: consiste en conocer qué alimentos hacen bien y cuáles hacen mal, según el perfil genético de cada uno. En mi caso, bienvenida la carne y los chocolates. Pero prohibidos quedan la leche y los quesos. ¿Qué tan efectivo es este sistema para “desintoxicar” el cuerpo?
Así como existen camisas hechas a la medida, también hay dietas personalizadas, diseñadas con nombre y apellido.
La dieta para que Juan adelgace, por ejemplo, no le sirve a Daniela para bajar sus kilos de más.
Eso es, al menos, lo que postula la «Dieta del Genotipo», un régimen alimentario que -en base al perfil genético de cada uno- promete desintoxicar el cuerpo, equilibrar el metabolismo y ayudar a alcanzar el peso ideal.
¿Cómo les quedó el ojo?
Entusiasmado por Rodrigo, un amigo al que -cito textual- le “cambió la vida” tras conocer la dieta del genotipo (bajó 10 kilos y hoy se siente “más limpio y con más energía”), me puse manos a la obra y pedí una cita con una experta. ¿Es tan efectiva esta dieta como la pintan?, ¿qué tan fácil es respetarla?, ¿se pasa hambre? La siguiente es la crónica, en primera persona, de diez días siguiendo “a la pata” la dieta de mi genotipo… amigo de las carnes, enemigo de los lácteos.
Nadie quiere ser profesor
A Nutrición Inteligente acudí yo, desembolsando los $60.000 que cuesta la primera (y más importante) consulta.
Ahí me atendió Natalia. Simpática ella. Risueña. Me sacó sangre de un pinchazo en el dedo -que no duele, gallinas- y empezó a interrogarme, mientras me medía los dedos de las manos, me revisaba las huellas dactilares, el pelo, el largo de los brazos, el tamaño de mis orejas. Todas esas variables, más otras más y un examen de secreción salival, se traducen en un genotipo específico… el que determinará mi dieta.
Como mi grupo sanguíneo es O (IV) RH+, lo que se suma a una simetría “casi perfecta” de mis extremidades (“no tuviste ningún tipo de estrés intrauterino”, me contó la nutricionista), una estatura considerable, quijada cuadrada y una tiroides en paz, entonces respondo al genotipo “Cazador”. En palabras simples, y sobre todo para uno que es tentado y comilón, eran buenas noticias: mi genotipo es el menos restrictivo de todos. Para mí -me explica Natalia, con voz dulce- hay alimentos “medicinales”, que le hacen bien a mi cuerpo, y otros “tóxicos”, que bien podría considerarlos “como un veneno”.
Entre los primeros, debo procurar comer carne de vacuno, cordero, pollo y pavo. ¿Pescados? Sí: merluza, trucha, salmón y lenguado. Puedo comer porotos, arvejas, garbanzos, habas, almendras, nueces y chía, como la Bolocco. También me hacen bien los huevos y el queso parmesano y el manchego. Item vegetales: recomendada la alcachofa, los espárragos, el brócoli, la cebolla y el zapallo. Frutas: plátano, piña, sandía, durazno, pera, pomelo y membrillo. Sólo puedo comer arroz integral o basmati y cocinar con aceite de oliva. La mantequilla también me hace bien, así como el té verde y el mate. ¿Lo mejor de todo? Debo comer chocolate, del más amargo, con más de un 70% de cacao.
Pero hay cosas que “por ningún motivo” debo meterle a mi organismo, bajo ninguna circunstancia, so pena de excomunión. A saber: nada de cerdo o ganso. Nunca un calamar. Cero soya, ni un solo maní. No castañas. ¡No leche! Ni crema, ni yogurt. El pepino queda prohibido, también los champiñones. Adiós a las papas… cocidas, fritas o convertidas en puré. No a las aceitunas. Debo olvidarme de las naranjas, las frutillas, el kiwi y el melón. ¿Lo peor de todo? No podré comer nada elaborado con trigo… y con él desaparece el pan, las pastas, los pasteles y las galletas. A nada podré echarle margarina. Para beber la restricción contempla el té corriente, las bebidas cola, la cerveza… y todos los destilados. Y como si todo esto fuera poco, nada de azúcar.
Mi cara de suicidio inminente debió ser grande, porque la nutricionista comenzó a convencerme de que, en realidad, las restricciones no son tantas… y que “en los supermercados hay alternativas súper ricas y entretenidas para suplir algunos alimentos”. Entonces me cuenta, como si se tratara de un secreto, que “nadie quiere ser del genotipo Profesor”, porque es el más brígido de todos.
El plan de “Cazador” que me proponen contempla comer pan ” pumpernickel ” (elaborado con centeno), huevos al desayuno, jamón de pavo… y unas tortillas de maíz con chocolate en reemplazo de cualquier tentempié. Mejor aún si opto por alguna fruta. Mi nevera sufrió, desde ese día, una verdadera revolución: los yogures le dieron espacio a los pomelos, y el lugar de la leche lo ocupó la limonada y el ice tea . Poco a poco -en esto tenía razón Natalia- uno le va encontrando la gracia al cuento, y convenciéndose de que, en realidad, vale la pena.
Para no ser “el raro”
Fue el médico norteamericano Peter D’Adamo quien inventó -¿descubrió?- este sistema de alimentación. Lo que él plantea es que todos los alimentos tienen lectinas, un tipo de proteína que no son compatibles con todo los grupos sanguíneos. Las personas del grupo A rechazan las lectinas de la leche y se hinchan… y los del grupo O, si comen muchas proteínas de animales, tendrán mejor vida. A nuestro país esta “revolución” llegó el 2010.
A los cinco días de comenzada la dieta empecé a sentir los primeros efectos: las idas al baño se hicieron más regulares y la piel se me puso menos grasa. Tenía la sensación de alivio, de liviandad. La leche, que durante 30 años había sido un líquido vital en mi dieta diaria, era ahora casi comparable al cianuro.
¿El pan? Cicuta.
Conocí también la experiencia de dos mujeres con genotipos diferentes al mío: una “Nómade” y una “Recolectora”, cada una con sus restricciones y permisos. Ambas, durante el proceso, experimentaron algo similar con el tratamiento: terminaban el día con más energía que antes.
Ahora bien, y para ser justos, no todo es miel sobre hojuelas en la Dieta del Genotipo. A partir del séptimo día la cuesta se pone empinada y comienza uno a echar de menos algunas cosas. Con los yogurts, en mi caso, me pasó lo mismo que cuando dejé el tabaco: tuve momentos en los que la “abstinencia” se hacía notar. También hubo mañanas en los que hubiese pagado oro por media marraqueta.
El plan, menos mal, también contempla alimentos bajo la categoría «S.O.S.». Sirven para cuando uno está invitado a comer fuera de casa y parecería muy raro exigir salmón o tilapia al dueño de casa. Entonces -y en mi caso- puedo comer dos veces a la semana palta, quesillo, choclo, manzana, avena, café… y vino tinto o blanco. Hay también alimentos que son “neutros”, pero que es conveniente siempre combinar con uno “medicinal”. En mi listado está el atún, el congrio, el apio, la lechuga, la chirimoya y el arroz. Nada muy tentador, hay que decir.
Mis días -hasta ahora- siguen avanzando sin mayores contratiempos. Confieso un pecado mortal al noveno día: me zampé dos donuts sin mayor culpa. El cuerpo me los pedía. Y la vida no puede perder esa “gracia” que nos aportan algunas “grasas”, de vez en cuando y de cuando en vez.
Comer huevo al desayuno -duro, revuelto, a la copa, frito, whatever – me está pareciendo indispensable. El jugo de pomelo, como cualquier gusto adquirido, es ya parte de mi dieta.
Para medir con cierta objetividad los logros, puedo decir con orgullo que en 10 días he bajado un kilo y medio, y casi sin darme cuenta. Dependiendo del genotipo que uno tenga, por cierto, la cosa se hace más o menos difícil. Y es que, más que una dieta, lo que propone el doctor D’Adamo es un nuevo estilo de vida, un potente cambio de switch . Si uno es capaz de adoptar, poco a poco, este sistema de comer, nada se pierde en el camino… y sólo se cuentan beneficios.
A mí, como verán, me picó el entusiasmo.
Voy a seguir adelante con el plan que me diseñó Natalia.
Me quedó gustando.
La dieta… y también Natalia.
Debe ser porque soy un cazador.